De la Historia del Arte a la divulgación digital, Laura Cuesta realizó a principios del siglo XXI un viraje singular en su carrera que la ha llevado a convertirse en una de las mejores divulgadoras sobre uso responsable de las tecnologías entre los más jóvenes.
En los últimos años, he tenido la oportunidad de trabajar intensamente en la intersección entre la tecnología, la educación y el bienestar digital. Mi labor como profesora de Cibercomunicación y Nuevos Medios en la Universidad Camilo José Cela de Madrid, así como mis experiencias en proyectos de formación para familias y docentes, me han permitido observar de cerca el impacto de la digitalización en la vida de las nuevas generaciones. Por eso, hoy más que nunca, creo que la digitalización no es una opción, sino una realidad inevitable que está transformando nuestras vidas. Por supuesto, esta transformación trae consigo tanto oportunidades inigualables como desafíos que debemos abordar con responsabilidad.
Es precisamente en el ámbito educativo donde esta realidad cobra mayor relevancia. La tecnología ha penetrado en todos los rincones de nuestras vidas, y el aula no es una excepción. Las plataformas digitales, los dispositivos móviles y las herramientas de aprendizaje en línea han reconfigurado la manera en que enseñamos y aprendemos. Pero, ¿cómo podemos aprovechar estas tecnologías sin caer en el uso excesivo o inapropiado? ¿Cómo garantizamos que los niños y adolescentes desarrollen una relación saludable y crítica con los dispositivos digitales? En este artículo, veremos cómo la digitalización está cambiando la educación y cómo podemos educar a las nuevas generaciones para que naveguen en este entorno de manera segura y responsable.
El mundo actual está profundamente influenciado por la tecnología, y este cambio se está haciendo especialmente evidente en la educación. Desde las aulas hasta los hogares, la digitalización ha transformado la manera en la que los jóvenes aprenden y consiguen la información. Los dispositivos móviles, las aplicaciones educativas y las plataformas de aprendizaje en línea han abierto nuevas oportunidades para que los estudiantes accedan al conocimiento de formas más flexibles y personalizadas. En mi experiencia como docente y formadora, he visto cómo la tecnología ha permitido a los niños aprender a su propio ritmo, explorar nuevos temas y utilizar recursos que antes estaban fuera de su alcance.
Paradójicamente, este avance contrasta con el poco interés que los estudiantes muestran por las carreras relacionadas con la tecnología, las llamadas disciplinas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas). A pesar de que la tecnología está destinada a ser una de las principales fuerzas impulsoras del futuro laboral, solo un pequeño porcentaje de estudiantes opta por estas disciplinas. Este es un problema que no solo afecta a las oportunidades individuales de los estudiantes, sino también al desarrollo económico y tecnológico de nuestras sociedades.
La respuesta de la educación a este desafío no puede ser dar la espalda y cerrarse al uso de la tecnología en las aulas, sino promover su utilización, junto con el desarrollo de habilidades tecnológicas críticas. Necesitamos educar a las nuevas generaciones no solo para que sean consumidores de tecnología, sino también para que se conviertan en creadores, innovadores y líderes en el ámbito digital.
Lo peor es que esta falsa sensación de competencia ha llevado a que algunos padres y educadores relajen la supervisión sobre el uso que los niños hacen de las pantallas.
Uno de los conceptos más populares en la discusión sobre la relación entre los jóvenes y la tecnología es el de los «nativos digitales». Este término, acuñado por Marc Prensky en 2001, ha sido utilizado para describir a las generaciones que han crecido rodeadas de dispositivos electrónicos y conectadas al entorno digital desde su nacimiento. Según esta visión, los niños y adolescentes actuales tendrían una ventaja natural en el uso de la tecnología en comparación con las generaciones anteriores.
Sin embargo, este concepto resulta engañoso y perjudicial porque, aunque es cierto que los jóvenes de hoy están mucho más familiarizados con la tecnología que las generaciones anteriores, esto no significa que sean expertos en su uso. De hecho, la mayoría de los niños y adolescentes carecen de las habilidades necesarias para utilizar la tecnología de manera crítica y responsable.
Lo peor es que esta falsa sensación de competencia ha llevado a que algunos padres y educadores relajen la supervisión sobre el uso que los niños hacen de las pantallas. Sin embargo, el hecho de que los jóvenes se sientan cómodos utilizando dispositivos digitales no significa que comprendan los riesgos que conlleva su uso ni que sepan cómo proteger su privacidad o gestionar adecuadamente el tiempo que pasan conectados.
Es innegable que la tecnología ha traído consigo una gran cantidad de oportunidades para la educación. Uno de los mayores avances ha sido la posibilidad de personalizar el aprendizaje. A través de plataformas educativas y herramientas digitales, los estudiantes pueden aprender a su propio ritmo, acceder a materiales adaptados a sus necesidades y explorar temas que les interesan de manera más profunda.
Durante la pandemia de COVID-19, cuando las escuelas de todo el mundo tuvieron que cerrar sus puertas físicas, la tecnología permitió que el aprendizaje continuara a distancia. Fue un claro recordatorio de la importancia de la digitalización en la educación y de cómo puede garantizar la continuidad educativa en tiempos de crisis. Sin acceso a las herramientas digitales, millones de estudiantes habrían quedado rezagados, y muchos habrían perdido meses, si no años, de progreso académico.
Además, la tecnología ha democratizado el acceso a la información. Hoy en día, cualquier estudiante con una conexión a Internet puede acceder a bibliotecas digitales, cursos en línea y recursos educativos de todo el mundo. Las fronteras físicas han dejado de ser un impedimento para el aprendizaje, y esto ha abierto oportunidades invaluables para los jóvenes, especialmente en comunidades que antes estaban excluidas de estos recursos.
La tecnología también ha fomentado la colaboración y la creatividad. Aplicaciones como Google Classroom o Microsoft Teams permiten que los estudiantes trabajen juntos en proyectos, compartan ideas y resuelvan problemas de manera colaborativa, incluso cuando se encuentran en lugares distintos. Por otro lado, herramientas como las impresoras 3D, la programación y la robótica han permitido a los estudiantes crear sus propios proyectos y desarrollar habilidades que antes eran impensables en un aula tradicional.
También es cierto que la tecnología no está exenta de riesgos. Uno de los principales problemas es el uso desmedido de dispositivos digitales, especialmente entre los niños y adolescentes. Los estudios han demostrado que el tiempo excesivo frente a las pantallas puede tener efectos negativos en la salud física y mental de los jóvenes, como problemas de sueño, ansiedad, depresión y falta de concentración.
El uso descontrolado de las redes sociales y los videojuegos también ha sido motivo de preocupación. Las plataformas digitales han sido diseñadas para ser adictivas, con el fin de mantener a los usuarios conectados durante el mayor tiempo posible. Este fenómeno es especialmente problemático entre los adolescentes, quienes a menudo pasan horas conectados a sus dispositivos, lo que puede tener consecuencias negativas en su bienestar emocional.
Otro riesgo importante es la exposición a contenidos inapropiados. Los niños y adolescentes pueden encontrarse con información falsa, violenta o sexualmente explícita mientras navegan por Internet o usan redes sociales. Además, la falta de educación en ciberseguridad y privacidad puede poner en riesgo su información personal y hacerlos vulnerables al ciberacoso o al grooming.
Por eso, nuestro mayor desafío como sociedad es cómo enseñar a los adolescentes y jóvenes a utilizar la tecnología de manera responsable y consciente. Necesitamos proporcionarles las herramientas necesarias para que sepan gestionar su tiempo frente a las pantallas, proteger su privacidad y navegar por el entorno digital con sentido crítico.
Para preparar a las futuras generaciones para el mundo digital, es fundamental que incluyamos la alfabetización digital como una prioridad educativa. Esto no significa solo enseñar a los estudiantes a utilizar las herramientas tecnológicas, sino también ayudarlos a desarrollar habilidades críticas que les permitan comprender y evaluar el contenido digital de manera adecuada.
La alfabetización mediática es clave para que los jóvenes puedan distinguir entre información veraz y desinformación. En la era de las fake news, es más importante que nunca enseñar a los estudiantes a ser consumidores críticos de información, capaces de identificar sesgos y de analizar el contenido de manera reflexiva.
Además, es esencial enseñar a los jóvenes sobre ciberseguridad y privacidad. Deben entender cómo proteger su información personal, cómo configurar sus perfiles en línea de manera segura y cómo reconocer los riesgos asociados con la navegación en Internet.
Por último, la alfabetización digital también debe incluir el desarrollo de competencias emocionales. Los jóvenes deben aprender a gestionar el impacto emocional que puede tener el uso de las redes sociales, desde la comparación social hasta el ciberacoso. Necesitamos educar a las futuras generaciones para que utilicen la tecnología de manera equilibrada, manteniendo un bienestar emocional que les permita desconectar cuando sea necesario.
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